Escrito por el politólogo Manuel Sánchez
En nuestro día a día, utilizamos la palabra poder en distintas formas, y seguramente entre las primeras ideas que se nos vienen a la cabeza están: gobernantes, policías, personas con dinero. Y todas ellas tienen la característica de “tener” la capacidad de controlar situaciones gracias a su posición; es más, podemos comparar y decir que tal persona “tiene” más poder que la otra, ¿Verdad? Un ministro comparado a un viceministro, los dueños de un banco internacional comparado con el dueño de una financiera local.
Así mismo somos conscientes que hay personas “receptoras” de ese poder. Por ejemplo, el auto donde vas en medio de la carretera es detenido por policías; resulta que olvidaste los papeles, y entonces te ves obligado a soltar dinero para que te dejen continuar. Es evidente, la policía “tiene” el poder y nosotros acatamos.
Estos ejemplos, sin embargo, corresponden a una definición clásica del poder. Es decir, una concepción de poder donde hay una persona o un grupo de personas que “posee” el poder, como si fuese un objeto; además es jerárquico, es decir, el poder se ejerce de arriba hacia abajo, sobre todo haciendo uso de la fuerza, que en el caso del estado lo aceptamos como legítimo.
Sin embargo, ante esto, es válido preguntarnos: ¿Solo tienen poder los políticos, la policía, los millonarios? ¿No será posible que en casa, en la familia encontremos poder? ¿Quizá en la iglesia y en la escuela? ¿Con nuestras amistades?
Ante estas preguntas, lo más probable es que nuestra respuesta sea que sí. Y las situaciones también sean un tanto evidentes: En casa, padre o madre deciden y los hijos e hijas obedecen; en la escuela, directores y docentes deciden mientras que estudiantes obedecen; en la iglesia, el cura, pastor o líder deciden, y quienes aceptan el credo, obedecen.
Pero… ¿No es acaso probable que un hijo o hija se opongan a las decisiones de padre o madre? ¿No hemos visto compañeros yendo contra las decisiones de algún docente? ¿No conocemos acaso a feligreses que no siguen lo dicho por el líder de la iglesia? ¿Qué pasó en esas situaciones?
Para comprender estas realidades, tenemos que ampliar nuestra definición de poder. Dejar por un momento de lado la definición clásica, y en este caso nutrirnos de otros filósofos como Foucault y Bunge.
Ambos autores entienden al poder como una relación y no como un objeto. Es decir no puedes poseer el poder, el poder existe cuando hay una relación entre dos o más personas.Si volvemos a los ejemplos que tenemos arriba: imaginemos que un policía está en la carretera, pero nunca pasan autos, ¿Tiene ese policía poder? ¿Ante quién?. Ahora imaginemos que ese policía llega a su casa, y manda a dormir al hijo, y este obedece; al otro día, este mismo policía llega a su comisaría y su jefe decide enviarlo a un lugar alejado, aún a su pesar. ¿Se nota como el poder existe en la medida que ese policía se relaciona con otra persona?
En ese sentido, Bunge trae un concepto propio de la física, “Espacio de estados”, para definir al poder. En resumen, quiere decir que la posibilidad de acción de una persona se ve alterada por la presencia de otra. Tomemos ahora un ejemplo dentro de la familia: Imaginemos que el hijo o la hija está solo/a en casa por unos días, ¿Qué cosas podría hacer? Quizá pueda llamar a unos amigos y armar una fiesta, quizá pueda cenar frituras todos los días, salir y volver a su voluntad. En general, una lista de actividades y posibilidades, ¿Qué pasa cuando llega el padre o la madre? ¿Tiene aún la posibilidad de hacer todas esas actividades? ¿No se verá reducido el número de actividades posibles? Como podemos ver, es en esta interacción entre dos o más personas que se evidencia el poder.
Entonces, si el poder depende de la relación entre las personas, se entiende que no es algo estático, algo que esté fijo o pertenezca a alguien o a algún lugar. Es decir, el poder es móvil. Y es en ese constante movimiento que el poder no se ejerce solamente de arriba hacia abajo. Es decir no solo la policía, los docentes, padres, etc, mandan, sino que también civiles, hijos e hijas, y estudiantes pueden ejercer poder, de abajo hacia arriba.
Esto es lo que se conoce como “resistencia”. Siempre donde haya poder, habrá resistencia. Es decir, quienes usualmente serían subordinados en un entendimiento clásico de poder también pueden oponerse a este ejercicio del poder jerárquico (de arriba hacia abajo). Y es por eso que tenemos estudiantes “rebeldes”, hijos e hijas “desobedientes”, feligreses “pecadores”. Es más, llevando esta idea a un nivel más amplio, es por eso que existen movimientos sociales que se oponen al ejercicio de poder de las clases que intentan perpetuar su dominación.
Y esto último, nos sirve para entender una característica más del poder: la intención. El ejercicio del poder no se hace de la nada. Quien lo ejerce tiene una intención, y con esto no quiere decir que el poder sea algo malo o bueno. Simplemente se entiende que el poder se ejerce con algún fin u objetivo. Volviendo a nuestros ejemplos: padre y madre por ejemplo lo harían con el fin de “educar”, mientras que docentes con el fin de “enseñar”, y quizá la policía con el fin de “poner orden”. Pero no siempre las intenciones son evidentes.
Identificar cómo funcionan las relaciones de poder nos permitirá comprender mejor no solo la vida política de nuestra sociedad, sino también cómo nos relacionamos con el resto de personas en distintos espacios. Y quizá nos demos cuenta que muchas cosas que asumimos como verdaderas y cotidianas (Como la frase “nada en esta vida es gratis, alguien lo paga”), son en realidad una herramienta de ejercicio de poder por quienes quieren mantener una posición y por quienes aspiran esa posición.
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